CONVERSACIONES DE ALTURA

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CONVERSACIONES DE ALTURA (Entre D. Pantaleón y Dª Teodora)

CONVERSACIÓN PRIMERA DE LA PRIMERA PARTE

¡Buenos días, doñaTeodora!

¡Buenos días don Pantaleón! ¿Cómo usted por aquí? ¡Qué sorpresa!

Pasaba por aquí. Ya ve usted qué pequeños son los cielos. No tenía nada mejor que hacer y me propuse subir en este avión.

Bueno, es normal usted es de Madrid y viajará constantemente a su tierra.

Sí, es verdad, pero no voy a Madrid, sigo camino a Tenerife.

¿Qué me dice? ¡Qué casualidad!, yo también viajo a Tenerife. ¿No me dirá usted que viaja en el vuelo de las 10,55 h? ¡ Vaya, qué coincidencia!

Pues sí, a esa misma hora. ¿No me diga que usted también?

Sí, también. ¿Y a qué zona se dirige?

Al Puerto de la Cruz.

No me estará usted siguiendo don Pantaleón, ¿verdad?

¿Cómo puede pensar usted eso de mí?

Qué tontería piensa una, perdóneme don Pantaleón.

Perdonada. Es que piensa used cosas muy extrañas acerca de mi persona señora mía.

Es verdad, le ruego de nuevo que me perdone.

¡Faltaría más!, está usted perdonada doña Teodora. Nunca me atrevería a guardar ningún tipo de rencor hacia una dama como usted

¿Y en qué hotel se hospeda don Pantaleón?

Pues mire a eso no le puedo contestar porque ha sido tan precipitado el viaje que no me ha dado tiempo de reservar, pero no creo que tenga problema. En mi humilde deambular por el mundo, conozco la zona muy a fondo.

Pues yo sí que he reservado hotel, creo no debo confiar en la posibilidad de aparecer en cualquier pensión, que ya sabe usted lo que supondría para mí. Me hospedo en el Hotel Trovador, un magnífico enclave, muy familiar y cómodo.

Y por casualidad, ¿no será una habitación doble, verdad?

Pues sí, es doble pero con cama de matrimonio, a mí me gustan las camas de matrimonio, una nunca debe perder la esperanza…

Pues si no le parece mal y suponiendo que la primera noche no encuentre acomodo, me podría usted recibir en su habitación y compartir la cama. Eso sí con pijamas y con una almohada en el centro señora mía que uno es muy serio.

Repito, ¿no me estará usted siguiendo por los cielos don Pantaleón?

¿Cómo se atreve a pensar eso de mí?

Es que me está dando usted muchos motivos para pensar así.

Me puedo fiar de usted?

—Usted siempre se podrá fiar de mí, doña Teodora.

Tengo mis dudas. Porque imagínese Ud. que dormimos juntos, (la primera noche nada más, por supuesto) y que de madrugada se le cuela la mano por debajo de la almohada que nos separa. Que usted siempre ha dicho que le tira la carne… ¿Con qué intención sería?

Pero la carne de buey, de cordero. No piense usted tan mal de mí. Que yo soy un hombre de palabra.

¿Pero de qué palabra habla, don Pantaleón?

Pues de la mía, ¡no voy a hablar de la suya que no la conozco apenas!

¿Cómo se atreve usted en hablarle así a una señora?

No discutamos doña Teodora, que estamos volando.

Pues bájese don Pantaleón. Es lo que debería hacer un caballero ahora. Salir por la puerta y desaparecer.

Y tanto que desaparecería, ¡pero para siempre!

¿Y usted cree que me importaría ante tanta impertinencia?

Pues ya veo que no… doña Teodora.

Y cuando salga, por favor no dé portazo… que tengo una gran jaqueca.

CONVERSACIÓN SEGUNDA DE LA PRIMERA PARTE.

¿Qué hace usted por aquí? ¿No se había caído del avión, don Pantaleón?

¿Caerme?, ¡lo que quería usted es que me tirara de un avión en las alturas!¡Y que por consiguiente me matara claro!

Y que no pegara portazo al salir, que ya sabe usted don Pantaleón que tenía jaqueca, no se olvide.

¿Su cabeza es más importante que mi propia vida, doña Teodora?

Por supuesto, soy una dama y usted presume de ser un caballero. ¡Y uno que se precie hace cualquier cosa por una dama!

Por cierto, no lo he visto en la isla. Claro yo pensaba que se había caído y se había quedado por las aguas del Atlántico….

Y desde luego he estado hojeando los periódicos y no ha aparecido ningún ahogado, ¡lástima!…. Luego he pensado que no iba a salir realmente la causa de su muerte, aunque debería, porque lo hubiera hecho como un caballero. Así que busqué en las esquelas desesperadamente y tampoco…

Siento contrariarla doña Teodora pero he estado muy ocupado. ¿Y  a usted como le ha ido por la isla?

Muy mal don Pantaleón. Me puse enferma en el viaje y he estado en la cama (por cierto una pequeña, no había de matrimonio) del hotel varios días sin poder moverme.

¿Y que tenía doña Teodora?

Algo que abunda, anginas.

¿De pecho?

¿De qué pechos habla? ¿No estará usted hablando de mis pechos don Pantaleón?

Por favor doña Teodora, cómo podría yo hacer eso. Con lo tapada que va usted nadie adivinaría lo que se esconde bajo sus enaguas. Además, ya quisiera yo, ¡pero hablarle a sus pechos directamente!

¡Es usted un grosero!, no sé cómo me molesto en mirarle siquiera.

Perdóneme doña Teodora y cuénteme qué le pasó.

Fue una faringitis aguda que me provocó mucha fiebre. Casi no podía hablar del dolor que me provocaba aquella molestia en la garganta y además con esa aspereza en la boca.

¿Quiere decir de la lengua? Debe tener una lengua poco jugosa. Yo podría mejorarle su sequedad “ lengüística”.

¿Cómo se atreve a hablarme así don Pantaleón?

Perdóneme y no se alarme doña Teodora. A veces mis palabras son más rápidas de lo que quisiera… Conozco un remedio casero para que la boca y lengua le resulten menos ásperas. Solo tiene que pedirme la receta y se la daré con mucho gusto.

Puede escribirla en un papel si quiere.

Más vale que no lo escriba. Es mejor hacerle una demostración en directo…

¡Es usted un grosero!

Por favor señorita, este señor me está molestando, ¿puede llevárselo de mi lado y sentarlo alejado de mí?

Desde luego, no se preocupe señora.

Nos volveremos a ver pronto…, porque usted tendrá que recoger sus maletas, ¿no es verdad doña Teodora?

 

CONVERSACIÓN TERCERA DE LA PRIMERA PARTE

Aeropuerto de Barajas.

La cinta giraba y las maletas iban apareciendo una detrás de otra, como si desde una cueva salieran, atropelladamente, sin orden, pero… allí estaba él… observándola embelesado sin que ella pudiera notar su presencia.

El chirriar del motor le hizo darse cuenta y al girar la cabeza percibió su mirada acechadora, fue entonces cuando doña Teodora se puso en guardia.

¿Qué hace usted por aquí? Me lo encuentro primero en el aire y ahora en la tierra, ¿no me estará siguiendo también por aquí ?

No señora mía, se olvida  de que yo también tengo que recoger mi maleta.

Y usted doña Teodora,¿no me dirá que viaja con maletas?

Y con qué voy a viajar, ¿con un pájaro? Para pájaros está usted que sabe volar muy bien y muy alto además.

Pero doña Teodora, permítame esta confianza…

¡Confianza ninguna don Pantaleón!

Perdóneme entonces mi atrevimiento doña Teodora, solo quería transmitirle mi sorpresa ante espectacular equipaje. Usted no viaja con maletas, lo hace con baúles, ¡ni que fuera una folclórica. !.

¿Y eso le molesta, don Pantaleón?

No me molesta, simplemente me sorprende que una mujer como usted pierda el tiempo en trasladar tantas cosas, cuando con unos vaqueros y algo sencillo estaría  mucho mejor.

¿Cómo se atreve? Primero me llama folclórica y además ahora tengo que aguantar lo de ¡unos vaqueros, unos vaqueros…! ¿Quién se ha creído que soy? ¿Una chica de barrio cualquiera? Pertenezco a la nobleza señor mío y no se olvide de que mi difunto marido, que Dios le tenga en su Gloria, ¡era Teniente Coronel de Infantería de Marina del Costa Cruceiro!. Hummmm, unos vaqueros, unos vaqueros…

No se enfade usted conmigo doña Teodora, solo me permito darle algunas ideas para que sus hermosas curvas puedan… relucir. Solo me las imagino doña Teodora, ¡por Dios no vaya usted a pensar mal de mí!. Que nunca se las he visto, (porque usted no quiere claro… balbuceó en voz baja).

¡Será mal nacido!¿Cómo se atreve don Pantaleón?

Perdóneme de nuevo doña Teodora, pero es superior a mí provocar su enfado, porque su rostro se transforma para dar lugar a una hermosura que ilumina hasta igualar al sol…

Doña Teodora altanera como siempre, se ruborizó.

Bueno, bueno, no será para tanto don Pantaleón.

Y esta escritora que se dedica a hacer números, —mientras contempla a esta pareja—, piensa: A ver si al final entre estos dos va a surgir algún lío de faldas, enaguas, corsés y demás, y ya me imagino todos ellos volando por los aires, no en avión, sino cayendo al suelo y dejando unos cuerpos desnudos. ¡Ay Dios mío!, lo que piensa una al escribir… con las ganas que tengo yo de que estos dos se líen sin control…

No sea usted tan desconfiada, el serlo le tiene que dar mucho trabajo y dolores de cabeza, de esos que  tanto se queja. Déjese llevar… igual hasta le gusta.

.¿Me tengo que dejar llevar?,¿no será por usted?, un ser mezquino, ruin, mentiroso, y un viejo verde. Eso es lo que usted es, un viejo verde… ¡ya se lo he dicho! Me he quedado descansando, uff.

¡Ni viejo, porque me siento vivo!, ni verde, porque he vivido doña Teodora.

¿No se pregunta usted Dª Teodora qué pensará esta señora que tenemos al lado, que por sus modales parece escritora, sobre nuestra alocada conversación…?

Lo único que me pregunto cuando usted está cerca es cual será su próxima grosería y el por qué no ha desaparecido ya de mi vida, y por favor D. Pantaleón no se desvíe de la conversación que parece es lo que quiere

No me diga nada más por favor, ya me voy doña Teodora pero nos volveremos a ver. Y aunque esté encima de una nube, subiré y le arrancaré los corsés de cuajo —reía mientras enseñaba su dentadura blanca y totalmente implantada—…y se fue, sin más.

Antes muerta que terminar con usted, acabaría con usted pero de otra forma muy distinta. ¿Me ha oído D. Pantaleón?

Nadie contestó.

CONVERSACION CUARTA DE LA PRIMERA PARTE

Doña Teodora se acomodó en el tren. Tenía ganas de llegar a su casa.

Notó el roce de alguien que pasaba por el pasillo. Su olor le puso en guardia…

Buenas tardes, ¿se da cuenta que siempre nos volvemos a encontrar?

¡Claro!, porque usted me está siguiendo!

Ya le gustaría a usted que un hombre tan apuesto como yo la siguiera.

Le aconsejo que desista señor mío. No soy mujer fácil y usted es un hombre vulgar.

¿Cómo lo va a ser con tantas enaguas, corsés y ropas variadas que lleva encima? Si uno quisiera tocarla, (es un supuesto doña Teodora) me lo impedirían todas esas cosas que le he repetido tantas veces.

¿Ya no lo recuerda?

Sí, que su difundo marido era Teniente Coronel de Infantería de Marina del Costa Cruceiro. Y dígame, ¿Qué es el Costa Cruceiro?

¿No me diga que usted no lo sabe? Es el mayor buque de guerra de la marina española, donde mi marido era más que capitán, era el ¡Teniente Coronel!

¿Pero ese no es un barco de cruceros donde la gente lo pasa bien con fiestas y cenas de gala para los pasajeros navegantes?

¿Cómo se atreve qué insinúa? Es lamentable que un tipo como usted se defina como un caballero.

¿Es que usted nunca vio el barco donde trabajaba su marido?

No, claro que no. Se pasaba gran parte del año fuera de casa con su barco.

Mi marido me amaba, se desvivía por mí…

Perdone que la interrumpa. Su marido la amaba tanto que apenas la veía…

Se levantó dándole una bofetada, no podía soportarlo, estaba roja de ira…

No volvieron a encontrarse.

Por fin doña Teodora llegó a casa. Al llegar al dormitorio vio que descansaban otras maletas en un lateral de la habitación.

Se echó en la cama sin parar de reír junto a su marido…

Era divertido que después de treinta años de casados todavía les gustara hacerse pasar por otras personas para terminar abrazados riendo juntos en su cama de siempre…

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