MI PRIMER «SPA»

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Aquel fin de semana, que nunca olvidaré, prometía mucha diversión. La ciudad de Altea nos esperaba para celebrar una despedida de soltera y allí nos encaminamos ocho amigas dispuestas a darlo todo.

La novia nos invitó el último día a un spa en un buen hotel a pie de playa, iban a culminar  así los días de risas y alboroto. Se trataba de relajarnos para después volver al mundo real.

Nos llevaron por los pasillos del hotel hasta llegar a un espacio donde descansaba un mostrador de madera con muchas toallas  blancas en una esquina. Varias masajistas nos fueron llamando. A mí me tocó una chica  morena con acento colombiano, creo, muy simpática. Me dijo que me desnudara y me pusiera el gorro y la braguitas para no manchar la ropa. Me encontré sola ante una camilla rara, con un agujero en el centro de un extremo que no sabía para qué era. Pensé que era para los pies, primero uno y luego otro, porque allí los dos no cabían a la vez. Lo intenté: metí un pie y esperé, no entró nadie y me cansé, así que cambié de pie. Era extraño, no parecía muy cómodo eso de recibir un masaje. Lo mismo, nadie apareció. Me levanté porque  mientras probaba los pies  la cabeza se me caía hacia los lados y  quedaba tan baja que la sangre la sentía circular a borbotones por ella. Menuda incomodidad. Abrió la puerta la masajista y esbozó una sonrisa. –¿Todo bien? –preguntó. Sí, todo bien. Y se fue sonriendo. Luego pude intuir que había salido a compartir su risa con las demás compañeras…

Pasaban los minutos y nadie aparecía, así que opté por sentarme en la camilla mientras esperaba, ya llegaría la masajista y metería los pies por allí, se trataba de tenerlos el menos tiempo posible.

Al final entró. Vamos a empezar me dijo. Pues vamos, ¿cómo me pongo? Boca abajo para empezar por la espalda, contestó. Me quedé perpleja, boca abajo ¿y el pie? supongo que se trataba de masajear el talón. Cuando ya estaba boca abajo se volvió la masajista diciéndome que me había acostado al revés. Me ha dicho boca abajo, ¿no?, si, si pero la cabeza en el agujero boca abajo…

¡Socorro!, qué vergüenza pasé. Cuando salí del masaje, noté ciertas risitas entre las masajistas mientras me miraban de soslayo.

Nunca se lo conté a mis compañeras de despedida y yo no he podido olvidarlo.

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