Nuestra amiga Carmen, quien forma parte del grupo de Las Noveleras, es poli de carretera; de esas que aparecen en los cruces de los stop, siempre de improviso. Vamos, de las que te pueden pegan el susto del día y te lo terminan de arreglar.
Formamos un grupo heterogéneo, todas maduritas, eso sí; pero compartimos nuestra pasión por las palabras, que nos hacen correr hasta alcanzarlas y abrazarnos a ellas cada vez que las necesitamos. Somos nueve, no por lo de Noveleras. El nombre y el número es casual.
Pues Carmen, la poli de carretera, dispone de información confidencial del Ayuntamiento. Tiene cierta amistad con sus colegas de la Local. Nosotras nunca le preguntamos por su trabajo, somos muy prudentes; en general no hablamos de trabajo, salvo cosas puntuales; creemos que es una pérdida de tiempo porque la vida empieza después de colgar los hábitos. Si la vemos en horas laborables por la ciudad, procuramos escondernos de ella, no sea que ese día le toque el de escribir mucho en el talonario…
Pues como os decía, Carmen, la poli, se entera antes que el resto de las nuevas disposiciones que se van a aprobar por el Ayuntamiento; aunque algunas no tienen ni pies ni cabeza. Y ésta, de la que enseguida voy a hablar, pensamos que no prosperaría… pues nos equivocamos, porque iba en serio y la nueva disposición recibió en el Pleno los apoyos necesarios… y se aprobó.
Se trataba de gravar con un nuevo impuesto a los alicantinos: el del pago de una tasa multiplicada por el número de veces que las parejas tenían “intimidad”.
Pero, —¿cómo pueden controlar ese “impuesto”?, preguntamos al unísono Las Noveleras.
—Muy sencillo, por las vecinas, —nos contestó Carmen.
Seguimos sin entender nada, y Carmen, al observar nuestras caras, intentó explicarnos en qué consistía.
—El Ayuntamiento va a convocar un casting de orejas entre las amas de casa… por aquello de que están en casa y tienen tiempo para poner la oreja en las paredes con el vaso de cristal. Parece ser que, los fenómenos o premios Nobeles del Ayuntamiento, piensan que las amas de casa tienen mejor audición que el resto. A cambio, las seleccionadas, estarán exentas de ese pago.
Las Noveleras, por supuesto, aunque extrañadas ante la nueva normativa, y en nuestro afán de querer contribuir al bienestar de nuestro municipio, nos presentamos al casting, porque de orejas no andamos descalzas… otra cosa es el oído, que ahí, igual, alguna fallamos. No hay que olvidar que muchas de nosotras ya pasamos de los cincuenta años.
Y nos presentamos al casting. Daba gusto ver tantas orejas coloradas; se ve que ya tenían experiencia en eso de espiar al prójimo.
Nos miraban de reojo, sobre todo a nuestras orejas, las cuales debíamos llevar al aire para el casting.
En primer lugar, habían convocado al casting, para contratar como experiencia piloto, a veinte señoras, o sea, cuarenta orejas. Si funcionaba, irían ampliando el parque de orejas coloradas.
El lugar de la convocatoria: el Salón Azul del Ayuntamiento, un espacio muy recargado ornamentalmente para un acto sin ninguna solemnidad, pues se trataba de elegir orejas… Todos expectantes y con mucha seriedad. Me llamó la atención el número de orejas grandes, miradas altivas y labios apretados.
Nosotras, Las Noveleras, acordamos no decirle nada a Carmen sobre nuestra asistencia y porque ella no se podía presentar como funcionaria del CSP. Y, además, cabía la remota posibilidad de que nos pidiera que no nos presentáramos, y como dice el refrán, “si no lo sabe, no te pide cuentas”.
Nos colocamos en la esquina más alejada, y allí nos dispusimos a esperar a que fueran llamando por número. Teníamos los últimos, del ochenta y dos al ochenta y nueve. Es lo que tiene ser Novelera, que llegamos tarde a todas partes por culpa de las palabras que se cruzan en nuestro camino con preguntas de lo más variopinto, y claro, no las podemos dejar en la cuneta, les tenemos que responder con otras palabras, y claro, se nos hacen las mil.
De repente, escuchamos los pasos firmes y ruidosos de unos tacones que se acercaban por el pasillo colindante al salón azul. Era ella; Carmen estaba imponente, lucía un vestido rojo entallado hasta la rodilla que estilizaba aún más su figura, unas sandalias negras con tacones de aguja y una coleta recogía su abundante pelo castaño oscuro, dejando al aire sus orejas, tan coloradas como su vestido.
Al vernos se acercó a saludarnos.
—Sabía que os encontraría aquí, —comentó una Carmen sonriente.
—¿Pero tú puedes presentarte al casting?,—le preguntamos.
—Yo no vengo al casting. ¿Cómo me voy a presentar a ese tipo de cosas? Yo formo parte del jurado que lo hace, —nos contestó.
Y sonrió de medio lado, levantando la cabeza y mirándonos de soslayo. Carmen resultó ser el artífice de la nueva Ley, y quien dirigía el proceso de selección. No podíamos dar crédito al descubrimiento.
¡Qué dura es la vida! Viviendo y aprendiendo…