Ahora, a los doce años, sabía muy bien lo que tenía que hacer.
El niño se acercó al puesto del mercado y cogió turno. El cuarenta y nueve. Marcaba el veintitrés en el monitor de la pared, así que se sentó a esperar que cantaran su número.
Por fin apareció el cuarenta y nueve y el niño se acercó al mostrador. Le preguntaron: —¿Qué deseas? —¿Me podría vender medio kilo de Navidad, por favor? —El dependiente se quedó perplejo, ¿medio kilo de Navidad?, se preguntó extrañado.
—La Navidad no se vende, querido niño, le respondió.
—¿Por qué no se vende La Navidad? Yo solo quiero medio kilo, con eso me conformo. La gente cuando viene al mercado siempre compra más de un kilo de cualquier cosa para comer, yo solo quiero un poco de Navidad para llevar a mi casa. La Navidad es felicidad, son risas, sueños, brindis, familia, alegría, compañía, amor, ternura, y ya le digo señor tendero, yo solo quiero medio kilo.
El tendero, no sabia qué hacer ni cómo convencer al niño de que no le podía vender lo que el necesitaba, así que le dijo:
—Ahora no me queda ni un gramo de Navidad, la he vendido toda, pero ¿Por qué no vienes más tarde a ver si me han traído un poco y te guardo medio kilo?
—Muchas gracias señor tendero, volveré más tarde. Y se marchó con una amplia sonrisa.
El tendero se puso a pensar y a darle vueltas para ver cómo podría ayudar al niño. ¿Qué podría hacer por él? Preguntó y nadie en el mercado conocía al niño, no lo había visto antes. Pensaron que si venía solo al mercado bien podría ser porque sus padres estuvieran enfermos, o alguno había muerto, o no tenían trabajo. A saber.
A alguien se le ocurrió la idea de poner en una caja algunas legumbres y alimentos de su puesto y los demás fueron haciendo lo mismo. Al final la caja estaba llena de productos de todos los tenderos del mercado, llena de Navidad, pensaron. La caja llegó a pesar más de cincuenta kilos. Allí se podían encontrar carnes, pescados, turrones, dulces, tartas… Todos estaban muy contentos porque iban a regalar muchos kilos de Navidad al niño.
Y el niño volvió. Lo recibieron todos expectantes, contentos porque habían conseguido reunir más de cincuenta kilos de Navidad.
El niño volvió a preguntar: —¿Le han traído ya el medio kilo de Navidad, señor tendero?
El tendero con la sonrisa dibujada en su rostro le enseñó la caja que entre todos le habían preparado. Todos sonreían.
—Gracias a todos, yo solo quería medio kilo de Navidad. Con vuestro gesto me habéis dado una Navidad infinita. Todos estos alimentos serán repartidos entre los niños más pobres. Lo que me habéis regalado pesa mucho más de lo que yo había pedido, gracias para la eternidad a todos.
Todos quedaron atónitos y mientras se alejaba el niño, alguien gritó, —¿cómo te llamas niño? Y el niño, se giró y sonriendo contestó: —Me llamo Jesús y tengo prisa porque tengo que nacer. Y desapareció.
Al acabar su trabajo, todavía sorprendidos y antes de cerrar el mercado, los tenderos se reunieron en torno a una larga mesa para celebrar la Navidad e incluso acudieron los que estaban enfrentados desde hacía años. Era el día de Nochebuena, y la entrega, la alegría y el amor surgieron espontáneamente de sus corazones en forma de kilos de Navidad que tanta falta les hacía. El espíritu de la Navidad había vuelto a aquel Mercado olvidado.
SIEMPRE ME GUSTA RECORDAR ESTE CUENTO EN NAVIDAD. FELIZ NAVIDAD.